Los pueblos, acurrucados en los escaparates de naturaleza o encaramados al acantilado como nidos de águila, proponen al visitante pasear por sus encantadoras callejuelas. Ahí descubrirá un patrimonio preservado: antiguos molinos de aceite, fachadas, fuentes, lavaderos, y, detrás de una capilla… una vista panorámica sobre los valles, el mar o las montañas.
Este marco único, bañado por el sol que exalta los colores, ha seducidos a los artistas más importantes… A los aficionados de arte les encantará seguir sus rastros, en busca de las obras dejadas en herencia.
El campo circundante es el auténtico paraíso de los deportistas que seguirán por sus caminos de senderismo o en bicicleta, o se refrescarán en las gargantas encajonadas para disfrutar de una bajada haciendo barranquismo.